Reconoce si tu hijo es un matón

Mucho se habla de las características de los niños que son víctimas de bullying y poco de los agresores, cuyos padres habitualmente se resisten a creer que su hijo puede ser un niño acosador. ¿Cómo reconocerlos?

Alrededor de los diez años es cuando se observan más conductas de matonaje escolar. Una edad crítica en la formación de la personalidad de los niños, por lo que habitualmente se centra la preocupación en quienes son los agredidos. Sin embargo, igualmente importante es identificar y trabajar con los agresores.

En ese sentido, es importante tener en cuenta que los niños o adolescentes que hacen bullying, no son sólo aquellos conocidos tradicionalmente como los “matones”. “Pueden ser agresores activos, cuando arremeten directamente a sus víctimas, o agresores sociales indirectos, que son los que inducen a otros a la violencia. Cognitivamente presentan errores de pensamiento que los llevan frecuentemente a interpretar los gestos o acciones de los demás de una manera ofensiva contra sí mismos”, explica la psicóloga y docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad del Pacífico, Susana Arancibia.

Una constante que los caracteriza es su bajo rendimiento académico. “Habitualmente se observa fracaso escolar y una disminuida integración en el ámbito académico. En general, los niños maltratadores o acosadores tienen escasa empatía, lo que les dificulta ponerse en el lugar de los demás, sobre todo de sus víctimas. No siempre están conscientes de realizar daño y lo ven como un juego o diversión. También es característica la autoestima baja; se ha comprobado que cuando ésta se encuentra disminuida, la agresión pareciera servirles para sentirse socialmente importantes”, agrega la académica del Magíster en resolución de conflictos y mediación sociofamiliar y del Magister en familia, infancia y adolescencia de la U. del Pacífico.

En otras ocasiones, tienen un alto concepto y una valoración exacerbada de lo que ellos hacen y son. “En ambos casos evidencian un bajo control de impulsos, especialmente de la ira, y creen que deben responder violentamente ante cualquier tipo de agresión. No responder una amenaza, no calza con su concepción de defensión en todo momento”, apunta la especialista.

El género es una variable que ha sido investigada ampliamente en su relación con la violencia, en lo que niños y niñas presentan algunas diferencias: se visualiza con mayor facilidad en varones, quienes usan la fuerza física frente a sus víctimas. Sin embargo, cuando se detecta a una mujer agresora, su estilo es más sutil, más indirecto, menos burdo que un hombre, pero no por ello de menor daño.

“Las conclusiones son coincidentes: los niños tienen mayor tendencia a la agresividad que las niñas y, en cuanto a la forma de agresión, los varones utilizan más la física y verbal, mientras las chicas la de tipo psicológico y de exclusión. Si a esto se agrega hoy el ciberbullying, es posible observar que los escenarios se diversifican y salen de la esfera del mundo escolar para integrarse a una compleja red de violencia que se observa en el mundo cotidiano”, detalla Arancibia.

El factor familiar

Como en todo orden de cosas, las familias también tienen una influencia clave. “En general, los bullyer son niños que presentan lazos familiares frágiles, donde ellos mismos en ocasiones pueden haber sido objeto de burlas y mofas de tipo diverso. Han podido aprender el recurso de la violencia como arma de supervivencia: ‘pisa o te pisan’”, plantea la profesional.

Y es que la familia es el agente básico de la socialización primaria, donde el niño adquiere y desarrolla los valores, actitudes y comportamientos fundamentales. “Un ambiente familiar marcado por el desafecto, el maltrato, el autoritarismo, etc., se transforma en un factor de riesgo para el aprendizaje y posterior desarrollo de la violencia en sus jóvenes. Del mismo, modo un ambiente permisivo, en el que el niño crece sin normas ni cortapisas, acostumbrado a conseguir todo lo que se le antoja, no le permite crear recursos personales que le ayuden a establecer un adecuado contacto con otros, volviéndose irrespetuoso y con escasa empatía respecto de quienes le rodean”, precisa la psicóloga.

Adicionalmente, Arancibia indica que los colegios están conscientes de que la mayoría de los alumnos conflictivos proceden de familias que no han construido un ambiente positivo, estimulante, de convivencia entre sus miembros. “Normalmente los padres de estos niños se desentienden de su función educativa y reclaman a la institución escolar por la labor educativa que a la familia le corresponde. Si bien la escuela no puede sustituir a la familia en lo relativo a educar en valores y actitudes, es la instancia donde se puede percibir este tipo de maltrato y es el lugar más evidente para visualizar de manera global los factores de riesgo que enfrenta cada niño o grupo. Por lo tanto, es desde la escuela donde deben emerger las estrategias de difusión y promoción de un buen trato entre pares, como también la prevención e intervención cuando ésta sea requerida”, apunta.

¿Pero, por qué se observan más conductas de bullying alrededor de los diez años? “Resulta interesante considerar que ésta es la edad donde también el niño debe haber asumido sentirse competente, valioso o hábil para algo. En una sociedad tan competitiva como la nuestra, los niños también deben sentir que son importantes, más allá del cariño de sus padres. Desde la construcción de su auto concepto, se deben percibir a sí mismos como seres capaces de lograr metas. Si el mensaje que permanentemente muchos adultos entregan, principalmente en el mundo escolar, es de incapacidad o dificultad para el aprendizaje, no resulta extraño que los niños terminen aprendiendo que son ‘fracasados’, ‘malos’ y, desde este punto de vista, logran finalmente ser reconocidos”, advierte la experta de la Universidad del Pacífico.

Entre los factores que resultan decisivos para que un niño desarrolle conductas de agresión, Susana Arancibia menciona los siguientes:

• Escaso afecto de los padres o cuidadores: Facilita las conductas agresivas. Una presencia de cariño y comprensión hará menos posible las conductas agresivas posteriores.

• Permisividad de los padres ante la conducta agresiva: Un estilo educativo excesivamente permisivo, tolerante o inhibicionista sobre dichas conductas favorece su presencia.

• Modelos de afirmación de la autoridad: Los hijos interiorizan las propias normas y estrategias que utilizan con ellos para luego usarlas con sus iguales. El niño que vive castigado, castiga a los demás.

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