Un problema muy común hoy en día es la sobreprotección. Los padres siguen su instinto de proteger a sus hijos, pero se van al otro extremo, con un comportamiento que puede conllevar resultados opuestos: inseguridad, debilidad u orgullo exacerbado.
La sobreprotección consiste en evitar que el niño viva la realidad, erradicando cualquier tipo de frustración para él; siendo que son las dificultades que se superan naturalmente las que pueden contribuir al desarrollo de su personalidad.
Cuando el mundo es demasiado malo para los hijos
Los padres sobreprotectores sienten que el mundo exterior es peligroso para sus pequeños y procuran aportarles el máximo bienestar para disminuir los aspectos negativos de éste.
El problema es que logran que los niños se salgan con la suya en todo: no les dan a comer lo que no les gusta, acuden a los padres de los compañeritos que molestan a sus pequeños o los defienden de los profesores “malos” que los califican mal.
Cualquier situación difícil es una amenaza para los niños, por lo que los padres utilizarán todas las estrategias a su disposición para proteger a sus hijos de los desafíos normales de crecer. Creen que así estimulan la felicidad de sus hijos, evitando cualquier confrontación que puedan tener con otras personas o con su entorno.
Qué hay detrás de la sobreprotección
Esta conducta responde a la ansiedad, ya sea por la inseguridad que se vive actualmente, los problemas económicos o las noticias violentas. Para ellos lo ideal sería tener a los hijos encerrados en un corral para que no tengan que salir a la calle.
En el ámbito escolar, intentan cualquier tipo de técnica para que los niños no se enfrenten a un fracaso o decepción. Puede que hasta hagan las tareas escolares o los trabajos de investigación de sus hijos para asegurarles una buena nota.
Riesgos asociados de sobreproteger a un hijo
Los padres sobreprotectores pueden lograr un debilitamiento en la personalidad de sus hijos, generando trastornos como los siguientes.
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Dificultad para adaptarse
Como se le transmite al niño que el mundo exterior es horrible y que sólo en su hogar pueden ser felices, se les produce un verdadero inconveniente para interactuar con el mundo real. El niño terminará percibiendo los obstáculos y las dificultades con otras personas como amenazas y se aislará de ese medio. Con el tiempo, le costará asumir responsabilidades y no podrá tolerar las malas consecuencias de alguna de sus acciones. Siempre le echará la culpa a terceros de las cosas que le salgan mal.
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Niños mimados
Los padres que hacen desaparecer las frustraciones de los hijos, les hacen creer que el mundo es puro placer. Al acostumbrarse a la satisfacción inmediata, no viven en la realidad, sino en un entorno creado especialmente para ellos, manipulado por sus padres en función de sus necesidades. Y por lo general, no se satisfacen únicamente las necesidades, sino los deseos, por lo que el niño se transforma en un ser déspota, con un ego tremendo, que espera que todo se haga como él quiere. Son los padres los que trasforman al hijo en la persona más importante de la casa: un verdadero rey o reina.
Cómo encontrar el equilibrio
Como padres deben educar a sus hijos para que gradualmente se conviertan en personas autónomas, capaces de enfrentar la realidad y las frustraciones que encuentren en el camino. Expresar amor y protección a los hijos jamás debe significar eludir la realidad, sino más bien deben enseñarles que todos tenemos obligaciones y limitaciones; que existen las emociones negativas y que se pueden manejar.
Para lograr la autonomía se debe aplicar una medida de autoridad justa. Esto permitirá al pequeño asimilar la realidad y aprender a convivir en sociedad.
Los expertos señalan que el conflicto hace “existir” al otro individuo – sea el papá, el profesor o sus pares – así como al entorno, y le posibilita adaptarse a su medio, sin esperar que todo y todos los demás se ajusten a él.
En esta generación actual puede costar encontrar el balance perfecto entre el autoritarismo de los padres del siglo pasado y la permisividad tan en boga hoy. Los papás deben ser amorosos con sus hijos, pero no pensar que eso significa ceder a sus demandas para “ganarse” el cariño. Ante este sentimiento, los padres deben ser firmes para soportar ciertos comentarios que pueden hacer los niños, como: “No te quiero, porque eres malo”. Evita que esas palabras te afecten al grado de convertirte en súbdito de tu hijo, sin que puedas contrariarlo.
Los padres tienen que ser capaces de diferenciar la protección de la sobreprotección. Cuando se encuentra el equilibrio, se respetan los roles de cada integrante de la familia y todos son más felices.