Depende de qué tipo de competencia estemos hablando. Por un lado, existe la sana competencia, la que es buena para el desarrollo infantil. Por otro lado, existe una competencia extrema. Mientras que la primera estimula el aprendizaje y el sentido de logro, la segunda fomenta el egoísmo y el pasar a llevar a los demás.
Cuando se es muy competitivo, no se pueden apreciar los beneficios de la actividad que se está realizando, ya que en vez de disfrutarla, se piensa sólo en el resultado esperado. El problema se produce cuando éste no se obtiene. Los niños que no toleran perder pueden llegar a pensar que no merecen el amor de su familia.
Síntomas de una competencia malsana:
- Se vanagloria de sus logros
El niño no deja de jactarse de lo bien que hace las cosas, y esa actitud engreída lo nubla cuando se debe corregir su conducta.
- Odia perder y culpa a otros si lo hace
Se convierte en un mal perdedor, poniendo excusas si fracasa en algo. No es capaz de lidiar con la frustración y por eso se enoja, llora o hace pataletas. Debes ser firme y enseñar a tu hijo que no logrará divertirse nunca de esa manera.
- Sufre de estrés frecuente
El estar estresado puede llevarlo a agotarlo emocionalmente. Si no aprende a manejarlo a tiempo, podría causarle una ansiedad crónica en el futuro.
- Se auto castiga
El niño se castiga solo, insultándose y adoptando un perfeccionismo extremo. No es capaz de soportar sus equivocaciones y es demasiado exigente consigo mismo.
- Cambia las reglas del juego
Cuando realiza alguna actividad, cambia las reglas para beneficiarse a sí mismo, sin importarle si otros son perjudicados. Sólo le importa ganar.
- Escoge jugar contra los «débiles»
De este modo, asegura ganar siempre, pero es sólo un triunfo vacío que no logrará motivarlo.
- Insulta a otros competidores
Es capaz de tratar pésimo a los que juegan en el equipo contrario o, incluso, a sus propios compañeros. No es capaz de comprender el trabajo en equipo, lo que impedirá que disfrute y se desenvuelva con otras personas.