Para Mónica Bulnes de Lara, psicóloga especialista en problemáticas familiares, tener una buena relación padre-hijo no debe confundirse con pretender ser amigos.
Parte esencial del rol paterno es educar a los hijos para enfrentar los retos que se presentan cotidianamente. Indudablemente, la disciplina es un elemento fundamental en la formación integral de los pequeños, pues les enseña cómo manejarse adecuadamente hasta llegar a la vida adulta.
Sin embargo, no siempre resulta sencillo para los padres saber cómo convertirse en una figura de autoridad y, al mismo tiempo, fomentar un vínculo estrecho y afectuoso con sus hijos.
Para Mónica Bulnes de Lara, sicóloga especialista en problemáticas familiares, tener una buena relación padre-hijo no debe confundirse con pretender ser amigos.
«Siempre hay que tratar de llevarse bien con los ellos, pero no hay que ser sus amigos, pues un amigo no siempre dirá lo que debes escuchar, sino lo que quieres oír. Un amigo no tiene la responsabilidad de formar a otro para ser un buen ciudadano, un adulto responsable, un futuro buen cónyuge, empresario o empleado.
«El objetivo de la amistad es muy distinto al de la paternidad, y confundirlos provoca problemas en la dinámica familiar», asegura.
Por este motivo, una disciplina clara y persistente desarrolla un ambiente educativo estable, que ayuda a fortalecer la autoconfianza en los pequeños.
«No hay nada que confunda más que el no saber qué va a pasar ante un evento. Por ejemplo, si le dije a mi hijo que no invitaría amigos el fin de semana si no tiende su cama todos los días y, por no enfrentarme a él, le concedo el permiso, aunque no haya cumplido con sus deberes, aprenderá que puede no obedecer, que puede no cumplir con sus responsabilidades y que, si insiste suficientes veces, al final logra lo que quiere.
«Es mucho mejor no decir nada que uno mismo, como padre, no quiera cumplir; la ‘cariñosa firmeza’ y consistencia son claves para un adecuado ejercicio de autoridad», comenta la sicóloga.
Annade que una educación firme y coherente no significa caer en conductas autoritarias, pues la verdadera formación no debe basarse en la opresión. «Se ha demostrado que el miedo y la represión no enseñan; pueden controlar, pero siempre momentáneamente.
Al final, el niño se rebela y encuentra formas de ‘castigar’ el autoritarismo de un padre, mostrando problemas de conducta», señala. Asimismo, llegar a los gritos es un síntoma de que padres e hijos se han quedado sin medios apropiados para comunicarse eficazmente.
«Gritar indica que lo que lo que estamos haciendo no está funcionando, y creemos, ingenuamente, que subir el volumen de nuestra voz lo logrará.
«Puede lograrse un éxito momentáneo, pero la relación se daña y, a la larga, no enseña nada al hijo, por lo que la mala conducta se repetirá constantemente; los gritos se volverán la manera de comunicarse en esa casa, causando gran desgaste emocional para todos los involucrados y un daño, a veces permanente, en las relaciones familiares», explica.