El caso de un niño extraviado por seis días en un bosque en Japón, luego de que sus padres lo “abandonaran” como castigo por su mal comportamiento, puso en evidencia el exceso cometido y ha llevado a cuestionar los métodos de crianza y disciplina que imponen algunas familias.
Yamato Tanooka, de siete años, estuvo perdido por seis días en un parque de la isla de Hokkaido, al norte de Japón. Sus padres lo bajaron del auto como castigo por haber apedreado a otros vehículos y, luego de avanzar 500 metros, al volver a buscarlo ya no estaba. Durante esos días el niño recorrió solo el bosque, hasta que fue encontrado cerca de una base militar en Shinkabe. Sus padres reconocieron su error y pidieron perdón, sin embargo lo más probable es que este episodio nunca sea olvidado por su hijo.
“Pienso que más allá de las variables culturales que intervinieron en esa situación y de la intensión que tuvieron esos padres para propinar ese castigo al niño, este lo daña, no sólo por la consecuencia que tuvo al estar perdido seis días, sino también por el castigo en sí mismo”, comenta la docente de la Escuela de Psicología de la Universidad del Pacífico, Ximena Montero.
Para la psicóloga infanto-juvenil, experta en temas de violencia, el hecho de dejar solo a un niño tiene la intención implícita de asustarlo y de amenazarlo con un posible abandono, lo que a su juicio es un grave error. “Esto equivale a decirle: ´si sigues haciendo cosas indebidas o que dañan a otros, te abandonaremos en el bosque´. Esto puede generar terror, profunda inseguridad, tristeza y rabia. También puede dañar el vínculo, pues condiciona el amor y la continuidad del cuidado al comportamiento del niño, es decir, quedaría sin cimientos sólidos para su existencia y la construcción de otros vínculos”, asegura.
En la misma línea, la experta agrega que la amenaza de abandono no contribuye a que los niños regulen las manifestaciones de su agresividad ni la incorporación de la consideración y el respeto por el otro, y más bien cala en lo profundo de su ser individual y vincular. “Esto puede generar dificultades graves en su desarrollo, producto del estrés que produce la experiencia sistemática del temor al abandono o la frustración crónica de necesidades de afecto, protección y seguridad, lo que puede traducirse en la presencia de trastornos manifestados hasta en la adultez. Y ello, porque el amor de los padres es con lo que los niños cuentan como garantía para su existencia. Es su referencia en el mundo y si no tienen ese amor, no tiene nada”, aclara la Ximena Montero.
“Este hecho brinda la posibilidad de cuestionar la forma de relacionarnos con nuestros hijos y los métodos de crianza que usamos. Muchos de ellos son heredados de nuestra propia crianza y no debemos olvidar que el amar, cuidar y respetar a otros, surge del aprendizaje del cuidado de sí mismos en base al amor, los cuidados y respeto que recibimos en nuestra crianza”, añade la profesional.
Un castigo: Una oportunidad de educar
Pese a este episodio, la psicóloga manifiesta que tampoco se debe dejar a los niños a la deriva, pues parte de las necesidades que todos tenemos, niños incluidos, es tener límites. “Estos nos protegen, nos cuidan, nos ayudan a convivir en armonía, nos dan estructura interna, claridad y espacios de movimiento. Además son esenciales para el desarrollo moral. Los padres tienen el rol de ser referentes idóneos y sensatos acerca de cómo son las cosas en la vida: lo permitido o prohibido, lo que se puede o no se puede, lo que hace bien o lo que está mal, etc.”, precisa.
La docente de la Universidad del Pacífico señala que tal como lo indican algunas corrientes psicológicas, y en especial la Psicoterapia Corporal Vincular creada por la Dra. Liliana Acero, estos límites se forman en las personas a partir de los cuidados y la relación de los bebés con sus padres o cuidadores desde los primeros meses de vida. “En esas pequeñas acciones de cuidados y hábitos, los padres que logran contacto basado en sintonía no sólo ayudan a sus hijos a identificar sus necesidades y a sentir la confianza de que serán cubiertas, sino que también ayudan a los niños a saber esperar cuando es necesario, a tolerar la frustración de lo que no es posible satisfacer de inmediato o de los deseos que no será posible realizar, y a contener esas emociones que genera la insatisfacción, entre otros aspectos”, concluye Ximena Montero.