Afectividad, libertad y autoridad ¿Cómo unirlos en la educación?

Cuidados del bebé

Durante los primeros años de vida, la afectividad, la libertad y la autoridad son las bases fundamentales de la educación al interior del hogar.

Los padres son los educadores más importantes en la vida de los hijos, siempre enseñando con su ejemplo. Es importantísimo basar esa instrucción en el amor, sin desautorizarse uno al otro delante de los niños, haciendo predominar siempre el respeto mutuo. A la vez, debe primar la libertad, dejando que los niños logren autonomía e independencia poco a poco.

Podría parecer que estos 3 conceptos se contradicen entre sí, pero en realidad se complementan perfectamente. Los hijos necesitan sentirse amados y respetados, con modelos de autoridad claros, tomando conciencia gradualmente de que con el tiempo elegirán sus propios proyectos de vida y que serán responsables de ésta.

La afectividad

El cariño y las expresiones de ternura son verdaderos estímulos en la primera infancia, imprescindibles para el recién nacido. Con el pasar de los años, aquellos niños que son acariciados y se sienten amados, son más seguros y felices.

Es tan importante la afectividad que sin ella, el pequeño podría ver afectado su correcto desarrollo emocional.

La libertad

Este punto puede ser el más difícil de integrar, ya que no siempre los padres están orientados para brindar la medida justa de libertad.

El objetivo de la libertad bien manejada es que los hijos puedan ser personas autónomas, ya sea en la adolescencia como en la adultez.

Así, en la vida de los hijos coexiste el afecto, la libertad y la autoridad de manera equilibrada, sin restarse valor.

La autoridad

Este último aspecto es primordial para lograr el equilibrio afectivo dentro del núcleo familiar. En realidad, sin reglas o normas, los hijos se perderán en un mundo gigante de posibilidades y estímulos.

Los límites claros proveen seguridad, le permiten al pequeño desarrollarse en un ambiente estable –siempre y cuando no coarten su campo de acción.

En el caso de las niñitas, son menos reacias a aceptar normas si se les presentan clara y constructivamente, destacando lo que les está permitido y no centrándose en lo que no pueden hacer.

La autoridad parental es, por tanto, una condición necesaria para la evolución de todo aspecto de la vida infantil. No consiste en un derecho que los padres ejercen sobre sus hijos, sino en una demostración de cariño y cuidado.

Es más, la autoridad le es útil al bebé desde que nace, ya que le da estabilidad y seguridad al satisfacer sus primeras necesidades biológicas. Con el tiempo, la autoridad de los padres les enseña a organizar su vida práctica.

Los padres que ocupan su lugar en la relación padre-hijo les están dando una figura firme y fuerte, un modelo que los estimula mucho más de lo que lo haría una imagen débil.

Por otra parte, un escollo que los padres podrían encontrar en el ejercicio de su autoridad, durante las etapas de crecimiento físico y emocional de sus pequeños, es el lograr mantener la tranquilidad cuando ellos se resisten a obedecer. Así que, junto con la autoridad, deberán cultivar muchísima paciencia.

De otro modo, se podría generar un ambiente tan tenso que no permita el desarrollo infantil, llevándolo incluso a sentirse culpable ante sus papás. Por esta razón, los adultos deben adaptarse a ese ritmo infantil de aprendizaje.

Se necesitarán estrategias específicas en cada caso particular, ya que algunos niños tienen un ritmo de aprendizaje veloz y otros, mucho más lento.

Sumado a esto, los niños no reaccionan de igual modo a la novedad, así que los progenitores deben estar atentos y ejercer la disciplina y la instrucción tomando todo eso en cuenta, sin juzgar rápidamente a sus hijos de “niños difíciles”.

Ojo con la violencia intrafamiliar

En el punto de la autoridad se debe tener un especial cuidado: nunca confundir autoridad con tiranía, y menos, con violencia.

Si el padre es violento y la mamá sumisa en demasía, verán alterada su concepción de los roles de género y pueden hacer que el núcleo familiar sufra los estragos del maltrato, tanto físico como emocional.

En estos hogares, en vez de reinar el amor y el respeto, reina el miedo y la culpabilidad de los niños, quienes no pueden hacer nada ante la violencia doméstica. Su autoestima se ve disminuida y, lamentablemente, muchas veces adoptan ellos mismos comportamientos agresivos en sus relaciones.

 


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