¿Qué hace que queramos ser madres? ¿Existe realmente el instinto maternal?

“Ya te llegará la llamada del reloj biológico”. “En cuanto tengas a tu bebé en brazos sabrás qué hacer”. Estas son algunas de las afirmaciones que trae bajo el brazo la idea de que la maternidad llega por puro instinto. Hay mujeres que siempre quisieron ser madres, algunas que no lo decidieron hasta llegados los 30, y otras… que han decidido no serlo. Entonces… ¿existe el instinto maternal? ¿Qué pasa si no tengo ese instinto? ¿Se puede ser buena madre sin instinto maternal?

El instinto maternal, entendido como algo que nos lleva irrefrenablemente a tener hijos, no existe, y por tanto el famoso “reloj biológico” tampoco. La sociedad, la cultura, el entorno o los ideales son factores que sí que juegan un papel en esto de la maternidad, que tal y como indican cada vez más expertos, es una decisión, no un instinto.

Sobre este punto existe ya un acuerdo más o menos unánime en la comunidad científica, y no son pocos los estudios que lo demuestran.

Hace relativamente poco saltó a la palestra Orna Donath con su polémico libro “Madres arrepentidas” en el que exponía el resultado de su estudio: algunas mujeres (y no pocas) se arrepienten de haber sido madres. Más allá de esta polémica, la socióloga afirma haber encontrado en sus investigaciones que efectivamente el instinto maternal no existe.

¿Qué es un instinto?

Para tener claro si esto del instinto maternal quizá lo primero que debemos hacer es tener en cuenta qué entendemos por “instinto”. Para considerar una conducta como instintiva ésta ha de reunir una serie de características, como ser automática, irresistible, debe estar provocada por algún factor del entorno y no requiere de entrenamiento.

Además de esto, para considerar algo como instintivo debe darse en todos los miembros de la especie y es inmodificable, es decir, no se puede cambiar. Y esto, ahora, no sucede con la maternidad: no todas las mujeres sienten el deseo irrefrenable e inmodificable de ser madres.

Más que instinto, hablamos de impulso o “tendencia a”

En el caso de los humanos muchos psicólogos y psiquiatras hablan no de instintos sino de impulsos. Las personas nacemos con una serie de impulsos o directrices innatas que condicionarían nuestra conducta en una dirección o en otra, pero no son incontrolables o inmodificables como los instintos.

Nosotros sí que somos capaces de controlar nuestra conducta. Por ejemplo: comer cuando hay hambre es un instinto presente en todas las especies (por aquello de sobrevivir) sin embargo los humanos somos capaces de controlar este aspecto e incluso hacer dieta, voluntariamente.

En el mundo animal sexo y procreación van inherentemente unidos, pero no así en nuestro caso. Desde hace muchos siglos las personas han empleado (con mayor o menor éxito) métodos anticonceptivos, hasta llegar a los casi casi totalmente fiables actuales. Antes era sexo=embarazo, porque no había otra, pero ahora es sexo (con anticonceptivos)=placer, de manera que la maternidad es una decisión (hablo en general, obviamente a veces pasan cosas).

¿Pero esto no es contranatura? ¿No nos llevará a la extinción? Cada día somos más y más seres humanos en la tierra, no tiene pinta de que precisamente que la maternidad sea consciente, voluntaria y meditada vaya a acabar con nosotros como especie.

Instinto maternal

¿Y cuando nace nuestro hijo?

Quizá la idea de instinto pueda tener algo más de “verdad” o sentido una vez que nuestro hijo ha nacido, que aparezcan la necesidad de protegerle y cuidarle. La perpetuación de la especie y evitar la extinción podrían ser factores que justificaran esto. En cualquier caso sigue sin tratarse de una pauta inmodificable y que por supuesto no se da en todos los miembros de la especie humana, por lo que más que instinto de nuevo nos encontraríamos con un impulso/tendencia.

En esto, como con el “reloj biológico”, el mito del instinto sirve como vehículo de presión social. Con la idea del instinto nos dicen que de manera “natural” sabremos qué hacer, que las mujeres, por aquello de que venimos programadas para esto, escuchamos el más mínimo ruido que haga el bebé, que tenemos un sexto sentido sobre qué le pasa… Pero esto no es del todo así.

Es cierto que hay “predisposiciones” al cuidado de los bebés, a atender sus necesidades. Por ejemplo, un estudio realizado en Tokio determinó que las madres distinguen el llanto y la risa de su bebé frente al de otros, y que al hacerlo se activan unos circuitos concretos en su cerebro. Pero este estudio solo se centró en madres, no en padres.

Sin embargo hay otro estudio realizado por la Universidad de Saint-Etienne que determinó que padres y madres están exactamente igual de capacitados para distinguir el llanto de su bebé… Los investigadores encontraron que la habilidad para identificar e llanto de su propio bebé está determinada por el tiempo que se ha pasado con él, no por el género del progenitor.

Entonces, ¿qué nos motiva a ser madres?

Esos impulsos innatos que tenemos como especie dependen de muchos factores, es decir se modulan, son modificables, como decía antes: hoy la maternidad es una decisión.

Algunas de las variables que pueden modular, anular, aumentar o disminuir “las ganas de ser madre” son por ejemplo el modelo maternal al que se ha estado expuesto, factores sociales, personales, culturales, del entorno, experiencias, ideales…

Además estos impulsos hacia la maternidad no necesariamente están relacionados con placer o satisfacción como pudiera pensarse: una madre que no deseara serlo (pero que lo ha sido por el motivo que sea) puede que disfrute enormemente al tener a su hijo en brazos, y al contrario, que una madre que deseara serlo por encima de todas las cosas no esté disfrutando nada en absoluto.

En cualquier caso no debemos olvidar lo complejo que es el ser humano, las particularidades de cada caso, de cada cultura, de cada sociedad. No debemos tampoco obviar lo absolutamente bestial que es la maternidad, en lo bueno y en lo malo, el impacto que causa en la madre (y en el padre, pero hoy aquí hablamos de nosotras), el cambio que implica a nivel emocional, vital, social… Cuando son tantas las variables en juego pensar que todo depende de un instinto no tiene mucho sentido.

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