Cuando dos personas separadas y con hijos se enamoran, se forma una nueva familia psicológicamente compleja cuyo equilibrio depende de cómo gestionen los celos y la autoridad con los niños.
Las nuevas familias que acumulan los hijos de un primer matrimonio, tanto por parte del padre como de la madre, suponen un reto para los menores y los adultos. ¿Cómo se puede ser madre por partida doble? ¿Debe uno imponerse “como” si fuera el padre de los hijos de la nueva compañera aunque no sea así? ¿Qué se le pasa a un niño por la cabeza cuando ve que su madre se enamora de otro hombre?
Hasta los siete años, el inevitable complejo de Edipo está muy presente en su psiquismo, impulsando a las niñas a querer mucho a sus padres y a los niños a dirigir gran parte de su amor hacia sus progenitoras. Si en ese momento se produce una nueva unión, tienen que aceptar al tercero y no están las cosas como para que un extraño o una extraña venga a alejarles aún más de su persona preferida. En su fantasía, además, tienden a creer que sus padres volverán a quererse como antes y a estar juntos.
Al final, el niño comprenderá que puede querer a la compañera de su padre
El anuncio de un nuevo matrimonio de uno de los progenitores significa para el niño la separación definitiva de la pareja parental. Por ello, se puede mostrar celoso y agresivo, o taciturno, triste, e incluso, encerrado en sí mismo. Algo que a largo plazo se le pasará y que le llevará, en muchos casos, a vivir una nueva y mejor situación familiar. Lo que parece evidente es que el divorcio constituye una liberación para algunos padres y la oportunidad de volver a comenzar con una nueva pareja. ¿Supone también una nueva oportunidad para el hijo?
Al niño le puede venir muy bien que su madre o su padre formen una nueva familia. El sufrimiento psicológico es menor, si bien para ello es necesario que los padres y madres verdaderos y sus compañeros respectivos respeten ciertas reglas del juego de dos familias”.
Tomemos el caso más frecuente: aquél en el que los niños del padre vienen en fin de semana a casa de su nueva compañera. En principio, la madrastra puede encontrar satisfactorio ocuparse de ellos. Pero, a veces, por cuestiones de celos o a causa del ejercicio de la autoridad necesario para el día a día, la situación puede ser compleja. Para esta mujer, se trata de hacer que los niños entiendan una serie de nuevos principios, que son los suyos. Pasado el primer tiempo de las cortesías, pueden surgir los conflictos y los choques.
Situación comprometida
Eva le pide a su hijastra, Sara, que está sentada a la mesa, que respete las mismas reglas que cumplen sus propios hijos. En principio, no tiene por qué ser algo complicado de cumplir. Sin embargo, Sara no solo se niega, sino que su padre decide poner su granito de arena y la defiende desairando a su compañera.
De esta forma desautoriza a Eva y le hace quedar mal delante de la niña y de sus hijos, los cuales constatan que, en casa, Sara tiene trato de favor. Para complicarlo todo aún más, interviene también el juicio de la madre de Sara, que, celosa y agresiva, no consiente en modo alguno que una extraña le diga su hija cómo tiene que comportarse, ni siquiera durante el fin de semana.
En esta situación, cada cual defiende su posición: a Sara se le ha impuesto una nueva vida y debe aceptarla. Al principio, al menos, para agradar a su madre, se siente obligada a oponerse a su madrastra. Y como su padre la apoya, se siente autorizada por partida doble.
Por lealtad a su progenitora ausente, el niño puede mostrar su oposición.
Eva, por su parte, además de ser la madre de sus propios hijos, tiene ahora que asumir el papel de madrastra, el cual es considerado mucho más difícil que el de padrastro. Si guarda las distancias y permanece neutral, la acusarán de egoísta; si, por el contrario, se muestra maternal o autoritaria con su hijastra, le reprocharán que intente apropiársela o educarla a expensas de su madre legítima.
La dificultad se acrecienta por el hecho de que sus relaciones con Sara son episódicas y sin continuidad. Sin embargo, necesita establecer vínculos estables con la niña, lo que la obliga a vivir cada una de sus estancias en casa con mucha intensidad, oscilando entre concesiones ynormas de comportamiento.
Finalmente, el padre de Sara tiene que tratar bien a su compañera y, al mismo tiempo, defender a su hija. A veces, siente la gran tentación de proteger a la pequeña, a la que él la ha impuesto esta nueva situación.
Qué podemos hacer:
- Al niño hay que explicarle la situación y, cuando se presenta a la nueva pareja, decir: Ahora vas a vivir tú también con Diego, que, por supuesto, no es tú papá, pero sí mi nuevo compañero.
- El padrastro y la madrastra tienen que reconocer el lugar y la función del padre o la madre oficial, y demostrar que el niño tiene absoluto derecho a hablar de su padre o de su madre. Si es preciso, el teléfono y el álbum de fotos están ahí para poder recordarlo cuando quiera.
- Incluso si el niño no conoce a su propio padre o a su madre, conviene informarle, para que sepa que existe o que existió por las historias que de él le cuente su familia.
Dar tiempo al tiempo
La situación es tan compleja que al principio hasta podemos preguntarnos cómo deberá llamarnos nuestra hijastra o nuestro hijastro. Todo depende tanto de la edad como del propio niño. Antes de los tres o cuatro años, los más pequeños tienen la tentación de llamarle a todo el mundo papá o mamá. Esto no debería plantear ningún tipo de problema, a condición de que el niño sepa quiénes son sus verdaderos padres. Esta fase es transitoria, porque sin duda llegará otro período en el que llamará a la nueva pareja de su padre o su madre por su nombre de pila.
Por lealtad con el progenitor ausente, el niño puede mostrar oposición. Está en su derecho y hay que respetarlo. Con el tiempo comprenderá que puede querer a la compañera de su padre sin serle infiel a su madre.
El niño encuentra el equilibrio mucho antes si sus padres lograron un perfecto acuerdo durante su separación. De este modo, le permitirán vivir sin sentirse demasiado culpable en su nueva familia.