La hipertensión es una de las enfermedades cardiovasculares más comunes. Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, esta afecta ya mil millones de personas en el mundo, si bien se trata de una condición muy habitual y de fácil detección, la hipertensión en el embarazo es preciso mantenerla a raya.
Una presión sanguínea alta puede perjudicar tanto a la madre como al bebé, algunas de las consecuencias negativas que la hipertensión podría producir si no se toman las medidas necesarias para controlarla son:
- Retraso en el crecimiento del útero
- Placenta abrupta
- Bebés prematuros
- La muerte del feto
Se habla de presión alta cuando una persona presenta una lectura de más de 140 milímetros de mercurio –unidad de medición de la presión sanguínea- en la presión sistólica, y 90, en la diastólica.
Tipos de hipertensión en el embarazo
- Gestacional: es el más leve de ellos y consiste en un aumento de la presión sanguínea después de las 20 semanas de gestación sin presencia de proteínas en la orina.
- Crónica: que ocurre cuando la mujer era hipertensa antes del embarazo o se la detectaron en los primeros 5 meses de gestación.
- Preeclampsia: los síntomas de esta enfermedad son el aumento de la presión sanguínea durante la 2° mitad del embarazo, una subida de peso repentina, fuertes dolores de cabeza, hinchazón, dolor o molestia abdominal, vómitos, náuseas, o cambios en la visión. Esta condición se detecta a través de exámenes de orina que registran la presencia de proteínas.
Para la mayoría de las mujeres, la hipertensión en el embarazo se presenta después de las 37 semanas y no es un problema grave. En estos casos, la inducción del parto o la cesárea podrían ser necesarios.
Cuando los síntomas son leves, los médicos controlan a la paciente y al feto con frecuencia a través de una serie de exámenes, tales como ecografías, perfiles biofísicos fetales, muestras de sangre y orina, además de un registro de los movimientos del bebé.
Hay estadísticas que sostienen que 1 de cada 4 mujeres con hipertensión en el embarazo desarrollan preeclampsia.
Esta enfermedad se puede producir tanto durante, como después del parto. Si tienes presión alta antes de las 30 semanas de gestación, las probabilidades de padecerla aumentan a un 50%.
Recuerda siempre consultar al médico si presentas síntomas de preeclampsia, pues podrías requerir una hospitalización.
Asimismo, debes acudir a un centro asistencial ante los síntomas de placenta abrupta, tales como sangrado vaginal o molestias o dolores en el útero.
Cuando la presión sanguínea durante el embarazo se eleva por sobre los 160/110, se trata de una hipertensión severa.
En estos casos podrías recibir medicamentos para bajar la presión, ser hospitalizada hasta que nazca el bebé, inducir el parto, o requerir una cesárea. Si aún no has cumplido las 34 semanas de gestación, podrían recetarte corticoesteroides para que los órganos del feto se desarrollen más rápido.
Normalmente, la presión sanguínea desciende luego de una semana de haber dado a luz. Si esto no ocurre después de 3 meses del parto, probablemente tengas una hipertensión crónica que no haya sido detectada, pues la presión tiende a bajar al término del 1° y 2° trimestre de embarazo, dificultando su diagnóstico.