La odisea de ir a un restaurante con tu hijo

 

Una periodista y madre primeriza cuenta humorísticamente cómo fue su primera experiencia en un restaurante con su hijo ¿Te sientes identificada?

«La primera vez que fuimos con Gastón a un restaurante, yo era una mamá asustadiza y él un pequeño de dos meses con llantos de histeria.

No sabía descifrar nada, sus gritos me daban pavor, sí dije pavor, era como un gato que estaban ahorcando.

No sé por qué pero mi única salvación era meterlo en su huevito del auto y llevarlo a pasear. Quizás haya sido porque siempre yo misma me he tranquilizado con los paseos en auto, en realidad no estoy tan clara a quien tranquilizaba, si a mi o a él.

Ese día de verano nos armamos de valor y fuimos junto a él a comer pizza como lo hacíamos antaño cuando éramos solo una pareja con hambre, y el tercer miembro era inexistente aún.

Creo que fue una de las cosas que más consternación me ha provocado, desde el minuto de llegar sólo rogaba para mi que Gastón, con sus dos meses de vida, estuviera cómodo y fuese de su agrado aquel lugar.

Cualquier movimiento o sonido que lo pudiese alterar provocaba en mi un susto, casi sacrílego.

Nos sentamos, acomodamos a ese mini ser lo más suavemente posible y pedimos el menú… Guau, un respiro absolutamente merecido y esperando que no se moviera un alfiler en aquel local.

Empezaron a traernos las cosas, ya parecía batalla vencida, cuando Gastón a mandíbula batiente comienza con sus asimétricos sonidos de algo que, llanto no era, más bien gritos de un carácter abominable. Tomaba aire para continuar aquel calvario mientras la gente de los costados miraba con gestos acusadores y de lástima.

Justo ahí es cuando se te viene a la mente lo que te dice tu mamá “los bebés siempre lloran por algo”…

¿Qué es esa frase culposa?¿O sea que la culpa era mía? ¡Qué horrible sensación!

Y en mi incoherencia de madre primeriza la única luz al final del túnel era agarrar a ese bebé, pagar una cuenta no consumida y retirarse cual tsunami viniera encima en dos segundos.

¡Que experiencia más traumática! No era más que una simple y sana salida a comer, como lo hacía todos los días en la “Era Antes de Gastón”.

Hasta hoy no entiendo el porqué de esa huida despavorida y sin sentido producto de un ser tan ínfimo, madre novata es lo único que prefiero pensar.

Ya han pasado tres años desde ese inolvidable episodio y Gastón sigue portándose como un niño travieso cuando salimos a comer, lo siento, el final feliz no existe, al menos hoy me río e intento terminar mi comida.

Subirse arriba de la mesa, poner soya en todo lo que sea imaginable de nuestra mesa y de las vecinas, poner pimienta a su comida, hacer mezclas asquerosas de bebidas, etc, hacen que aquellas salidas tengan su cuota de emociones no esperadas.

Siempre salva, un rato al menos, en una especie de tortura milenaria para mantener inmóvil a tu hijo, la maravillosa “silla de bebé” que siempre encuentras en los restaurantes.

El problema es que:

  • La histeria se apodera pronto de ellos cuando ven a niños a su alrededor libres y se quieren bajar.
  • Como en mi caso, cuando tienes un hijo extremadamente alto y corpulento, ya no entran.

En fin, es un tema, un temazo más bien, poco hablado, pero si quieres mi consejo (aún inexperto) sólo te puedo decir “Just Breathe” diviértete, ríete con ellos, relájate en la medida que se pueda, ya vendrán los tiempos que se tome un café contigo y no tengas que estar preocupada de sus locuras, al menos no las del restaurante.»

¡Suerte!

 

@AngelaAraya
Periodista


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